Estas marcas infinitas, maleables, libres, inmensas que están en busca de su significado.
La fuerza con la que se imprimen, su velocidad, su tamaño, su violencia, su fragilidad.
Todo un lenguaje secreto que pasa de nuestro sistema nervioso a los músculos de la mano a través de una punta, para depositarse en una superficie; en el caso de Marco, en una placa, que después deja su huella sobre el papel. A fin de cuentas, eso somos: un rastro de huellas.
Un viaje profundo y extraño; mucho esfuerzo el que emprenden esas marcas para llegar.
Habrá que darse el tiempo primero para contemplar y después para descifrar lo que nos vienen a decir.
De tantas juntas en las obras de Marco García, esas marcas se convierten en un negro profundo, ese negro que sólo se puede lograr en el grabado: el negro del principio, de la tierra, de la noche, de lo desconocido, del misterio, del final.
Vestigios de cosas que fueron, acercamientos, topografía de la existencia, viaje por la superficie de las cosas, o ¿acaso es adentro de ellas? El espacio sentido, palpado, soñado o imaginado. Todas las anteriores.
Viaje interno que emprende Marco hasta afirmar “Yo no soy”; justo ese lugar de disolución al que llegas cuando eres valiente y de verdad te estás buscando. La increíble paradoja de encontrarte cuando te pierdes y reconocerte en todo lo que existe, en ese terreno que es el arte. El espacio de la imaginación, de la creatividad. Esa pulsión primigenia, profunda, esa necesidad tremenda e inconsciente de afirmarte al dejar tu huella y la conciencia de tu paso por este mundo. Y encontrar, como Marco, una punta, un punzón, una gubia, un lápiz para ir labrando superficies, para ir dejando esa huella que eres, que somos, no es poca cosa. Lo agradezco.
Trabajar una técnica ancestral y demandante que tiene tanto de alquímico con un ritmo lento, un proceso muy largo para llegar a la imagen –encontrarla tal vez– en un mundo como el de hoy, en el que todo corre tan rápido, en donde estar distraído es la norma y nadie tiene tiempo de contemplar, de sentir, de ver, de verse, es de una tenacidad admirable. Muy pocos escogen ese camino y se atreven a dar el salto. Y se vuelven nuestros espejos. De lo que realmente somos, de lo que importa, del territorio que somos, nuestra profunda paradoja, fuerza y fragilidad, finitud y eternidad.
Un trabajo como el de Marco ayuda a equilibrar el universo al emprender su viaje por la superficie de las cosas de manera obsesiva, persistente, buscando, hurgando en preguntas tan profundas que ni siquiera están articuladas; que están ahí antes que las palabras y que se despiertan en nosotros cuando vemos sus imágenes. Nos encontramos también nosotros en sus marcas, nos acordamos de que vamos juntos en este viaje, en cada doblez, cada grieta, cada marca donde llegas a ese lugar que está mas allá de las palabras y lo único que se necesita es contemplar.
Sandra Pani